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Ancianos, olvidados en el asilo

 

OEM.com

 

2 de Enero de 2009

 

México

 

Ancianos y ancianas que viven en el asilo Sayago sufren el abandono de sus seres queridos y ni siquiera en fechas especiales, como Navidad y fin de año, los visitan.

Ana Laura Guatirojo López, directora del asilo de ancianos "Mariana Sayago", dijo que en este lugar habitan 80 adultos mayores con una edad que va de los 60 a los 103 años.

Mientras que para el mundo es un año más, para ellos es un año menos de vida por el abandono que experimentan ante el olvido de sus familiares.

Mientras que para el mundo es un año más, para los ancianos del asilo "Mariana Sayago" es un año menos de vida.

En este lugar habitan 80 viejecitos y viejecitas, que son atendidos día y noche. Los que aún pueden caminar, lo hacen por los pasillos, platican con sus compañeros y los que no, están sentados en sillas de ruedas, atentos a los programas de televisión.

Sólo 17 de estas personas de la tercera edad tienen familiares, pero ninguna de ellas fue visitada ni siquiera en fechas tan significativas como el 24 y el 31 de diciembre.

Sus hijos, nietos, familiares o amigos se olvidaron de ellos, no acudieron en Navidad para darles un abrazo; sin embargo, aún albergaban la esperanza de que el primer día de año nuevo se acordaran de su existencia.

Reclaman porque el abandono de las familias les causa dolor, los hace sufrir el añorar y recordar los años mozos, en los que tuvieron éxito, dinero, trabajo, familia, pero ahora no tienen nada.

Los que viven allí ven al asilo "Sayago" como su casa porque los cuidan, les dan de comer, los llevan al doctor; los que trabajan ahí hacen por ellos lo que sus familiares no quisieron.

Sentado en un sillón, recién bañado y ataviado con su traje de vestir para ocasiones especiales, se encontraba Samuel Bricht Barlia, de 78 años.

De origen judío, refirió que su papá llegó a México en 1925 porque huía de la guerra, mientras que su mamá era de Turquía, pero llegó de visita y aquí se conocieron.

Con muchos ánimos recordó que en un tiempo disfrutó de las riquezas, cuando era propietario de una tienda de fino calzado para damas frente a Chedraui, en la calle de Lucio.

"Tuve mucho dinero, era muy rico, pero se me terminó cuando mis papás se enfermaron y me dediqué a curarlos. Después fallecieron y el dinero lo ocupé para enterrarlos en México".

Ahora es de "corazón católico", por eso asistió a la misa de fin de año en la iglesia de Santiago Apóstol, "si me vieran mis papás que me volví católico, me suenan, pero a mí me gusta la iglesia".

Platica y ocupa sus manos para detallar la dieta que ha aplicado durante sus últimos 40 años, en los que ha aprendido a vivir con la diabetes, "como pan integral, verduras, gelatinas, frutas y galletas marías para el cafecito. Veo bien, antes pesaba 85 y ahorita 50 kilos".

La llegada del 2009, afirmó Bricht Barlia, "es un año más para los demás, un año menos para nosotros. Estoy conforme con lo que Dios diga, ya viví".

Don Samy, como le llaman cariñosamente en el asilo, resaltó que no perdía la esperanza de que su hijo Luis Alberto, su nuera Erika y su nieta Erikita, lo visitaran, aunque sea en el último día del año.

"Aquí estoy, esperándolos; ellos viven en el puerto, mi hijo es administrador, pero no creo que venga... miro hacia la puerta a ver si lo veo llegar. Ya me bañé, ya me puse este traje elegante para que me vean guapo".

Sus ojos se iluminan al recordar la alegría gozada durante los días de carnaval en Xalapa y en el puerto de Veracruz, "todos bailábamos, cómo bailé, disfruté la vida. Era bonito Xalapa, era chico, todos nos conocíamos".

Se ríe y sus pocos dientes se asoman para decir que en sus últimos días de vida lo que pide a Dios "es un infarto al miocardio. No le tengo miedo a la muerte, lo que Dios quiera, le pido el infarto, pero no sé si eso me lo va a cumplir, porque es una muerte rápida, no se sufre, se queda uno dormido. Así murieron mis papás y no sufrieron. Es una tranquilidad cuando uno deja de existir". 

El consejo de don Samy para los jóvenes es que no se olviden de quienes les dieron la vida, de sus padres; que a lo largo de sus vidas siembren semillas de amistad por donde caminen.

"Cumplí 78 años, el 29 de noviembre, nací en 1930, aquí tengo amistades, cuatro viejitos que los quiero mucho, y tengo mi padrino Héctor Ovalle, tocaba en la sinfónica. El viene por mí en su coche y me lleva a pasear, es un buen amigo, siempre hay que tener amigos".
 


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