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Un ocaso de contrastes los Inversionistas 

Mónica Archundia | El Universal

9 de Marzo de 2011

Mexico

Tienen una esperanza de vida mayor a la de sus compañeros, integran al grupo poblacional más numeroso de la ciudad y son las principales beneficiarias del programa de Pensión Alimentaria para Adultos Mayores del gobierno capitalino.

Son mujeres que enfrentan la última etapa de sus vidas en condiciones contrastantes, entre el abandono de sus familias y la comodidad.

El abandono

Adelfa Berman tiene nietos y bisnietos que nunca ve y otros que no conoce, pero prefiere no entrar en contacto con ellos porque después de verlos no podría volver al albergue Villa Mujeres, del gobierno de la ciudad, donde vive desde hace cuatro años.

“No tuve más remedio que ir a pedir ayuda al gobierno”, explica mientras permanece sentada en una de las bancas del área verde del Centro de Asistencia e Integración Social (CAIS), porque tanto su hija como su hijo le cerraron las puertas de sus casas.

En los 10 albergues que tiene el gobierno de la ciudad hay 810 mujeres de distintas edades y sólo 3% de ellas mantiene algún vínculo con su familia, la mayoría se encuentra en abandono social y en extrema vulnerabilidad, ya sea por su avanzada edad, porque padece alguna enfermedad crónico-degenerativa, mental o una discapacidad auditiva, visual y motriz.

Martí Batres, secretario de Desarrollo Social capitalino, explica que la mayoría de la gente que vive en los albergues del DF es encontrada en la vía pública o reportada por abandono en hospitales y no paga por su estancia.

Al menos la mitad de la población que atienden los CAIS del gobierno capitalino tiene entre 60 y 96 años, la más lonjeva es una mujer.

De acuerdo con el Instituto de Atención a los Adultos Mayores del DF, 62% de los beneficiarios de la tarjeta alimentaria corresponde a mujeres.

A decir de Batres, para 80% de la población femenina beneficiaria de la tarjeta “éste es el primer ingreso que recibe” y es como un reconocimiento al trabajo que hizo por años en casa.

Adelfa usa su tarjeta de apoyo alimentario para comprar calcetas, zapatos y papel sanitario. Tiene muchas compañeras de cuarto porque el dormitorio es general, pero no con todas platica, sólo con su amiga, una mujer de 36 años, residente del mismo albergue y quien la ha adoptado como abuela. Adelfa cree que vive tiempo extra: “porque 88 años se dice fácil; de todo tuve”, expresa sonriente.

En el CAIS Villa Mujeres hay 420 personas, 70% de ellas son adultas mayores, algunas enfermas que reciben atención médica.

A Rosalía Moreno, una peritonitis la dejó sin trabajo y sin lugar para vivir. Después de 30 años de ser cocinera en una casa de Lomas de Chapultepec se enfermó y no fue recibida por sus hijos. Como pudo llegó al CAIS Coruña para ser canalizada a un hospital, pero no recuperó su empleo ni obtuvo uno nuevo a causa de su edad.

De sus hijos no sabe nada, ni desea buscarlos porque aún recuerda que un día lluvioso la corrieron cuando les pidió ayuda porque se sentía muy mal.

Ella lleva nueve años en el albergue y se ha resignado a permanecer ahí lo que le resta de vida. Cuando se le pregunta cómo se siente, su respuesta es: “feliz, feliz como una lombriz, oigo, veo, hablo, gracias a Dios”.

El contraste

Margarita Núñez llegó al Hogar para Ancianos Matías Romero cuando tenía 76 años. “Pensaba rentar un departamento, pero iba a estar sola, encontré este lugar y me gustó la casa y el recibimiento que me hizo la señora Balderas”, dice.

Hoy está a punto de cumplir 80 años y se muestra feliz de estar en esta institución de asistencia privada que aloja a 55 adultos mayores, 44 de ellos mujeres. Su gusto por formar rompecabezas la ha llevado a adornar prácticamente toda la estancia de la casa con paisajes que consigue armar.

Por su estancia en este lugar, que tiene habitaciones prácticamente por persona y una larga área jardinada con fuentes, Margarita aporta toda su pensión, de cinco mil 700 pesos, y sus sobrinos abonan otros 500 mensuales.

“Tengo una habitación sola, está el doctor, hay enfermeras, nos dan alimentos, vienen por mí y me llevan a comer a su casa o con una amiga salgo a comer fuera” y además recibe cada 15 días la visita de su sobrina.

En la Sala Verde de la casa Luisa Lea Carranza, de 74 años, prepara una plática sobre el origen y uso de los brillantes, es residente del lugar desde hace 48 meses. Antes vivía sola en su casa, pero tomó la decisión de buscar un lugar donde ser atendida y convivir con otras personas cuando se dio cuenta que no podía hacer muchas cosas.

“Busqué mucho, con mucha calma y esto fue lo que más se adaptó a mi gusto y presupuesto”. Ella es argentina y no cuenta con pensión ni seguro alguno, pero recibe el apoyo de su hija, con quien mantiene contacto a través del teléfono o de la computadora que tiene en su dormitorio.

Le gusta dar pláticas a sus compañeros porque viajó por todo el mundo y conoce muchas cosas, pero sabe que requiere apoyo porque su capacidad auditiva ha disminuido.

Gloria Lazcano lleva 20 años en este lugar y con el tiempo han fallecido sus familiares, por lo que la propia institución de asistencia privada costea su estancia, asegura Guadalupe Balderas, trabajadora de la casa.

Con la instrucción de Carmelita, la terapeuta del lugar, ha aprendido a elaborar pulseras a base de seguros y chaquira, que vende entre el personal. Ofelia Morales y su hermana Esperanza cambiaron su residencia a esta casa porque permanecieron solteras y los pocos familiares que les quedan están muy alejados de ellas.

“Estamos muy a gusto aquí”, expresa Ofe, como la llaman sus compañeras, porque tienen una de las tres habitaciones grandes que hay en el lugar y disfrutan del jardín.

Como jubiladas del ISSSTE aportan sus pensiones al pago por su estancia en la casa y como extra tienen la tarjeta de pensión alimentaria del gobierno de la ciudad.


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