Desde Washington: El desafío de la vejez en Latinoamérica
Marcela
Sánchez, La opinión
Latinoamérica
El
27 de julio de 2008
Mi madre acaba de terminar su visita
anual. Antes acostumbraba a encargarse de nuestra casa y nuestras vidas,
pero esta vez fue diferente. A las dos semanas, me miró a los ojos y señalando
con el dedo me dijo enfáticamente: "Ojalá nunca llegues a vieja".
Este último año no ha sido fácil
para mi madre —una de las personas más activas que he conocido—. Ha
perdido fuerza en sus manos y sus piernas a menudo no responden. Abrir una
botella de agua o usar escaleras son cosas casi imposibles sin ayuda. Está
a menudo deprimida.
Normalmente no compartiría esta
información. Pero el día después de que regresó a su casa en Colombia,
leí un artículo en el Washington Post que me atrajo por la obvia ironía.
El titular: "Estadounidenses mayores vivirían más contentos que los
más jóvenes". El artículo citaba varios estudios que sugieren un
"raudal de evidencia" de que existe una correlación positiva
entre la edad y la felicidad en Estados Unidos.
Para los latinoamericanos esa
correlación es opuesta. Según Carol Graham, especialista en economía de
la felicidad en el Brookings Institution, entre más viejos, los
latinoamericanos son menos felices.
Una correlación similar se
encuentra en la acumulación de riqueza. A medida que envejecen, las
personas en países ricos tienden a estar en mejor condición económica
que las generaciones jóvenes. "Eso es exactamente al revés en América
Latina", aseguró Leonardo Gasparini, director del Centro de Estudios
Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de
La Plata, Argentina.
En la mayoría de países
latinoamericanos la tasa de la pobreza entre la tercera edad es mayor que
el promedio nacional —hasta un 20% mayor en México, por ejemplo—. Las
excepciones son Argentina, Brasil, Chile y Uruguay gracias a su sistema de
pensiones que cubre en promedio al 66% de las personas de edad. En el
resto de la región, ese promedio cae substancialmente a un 14%.
Mi madre está en la afortunada
minoría. Como ex empleada de la radio nacional tiene una pequeña pensión
que le proporciona un ingreso constante. Pero cuando se trata de las
personas mayores, el acceso a un sistema de salud de calidad es igualmente
esencial.
Ahí, el contraste con los países
de mayores ingresos es también significativo. En 2006, un 98.5% de la
población mayor de 65 años en Estados Unidos tenía algún tipo de
cobertura de salud, según el Censo. En Nicaragua sólo un 7% de personas
mayores de 60 años tenía un seguro de salud, en El Salvador un 14% y en
Guatemala un 21%, de acuerdo con una base de datos socioeconómica
desarrollada por CEDLAS y el Banco Mundial.
Más preocupante es el hecho de que
las condiciones de los mayores en la región no parecen destinadas a
cambiar. En América Latina menos de la mitad de la fuerza trabajadora está
empleada en el sector formal. Eso implica que para la mayoría, empleada
en el sector informal, una pensión o un seguro de salud son simplemente
inimaginables. Su calidad de vida en la vejez dependerá de una combinación
de factores, desde su capacidad para seguir trabajando hasta la riqueza de
sus familiares y su acceso a la caridad pública.
Incluso el empleo en el sector
formal no garantiza la cobertura de un sistema de seguro social. De hecho,
debido al incumplimiento y a la creciente contratación de terceros, los
mecanismos para evitar contribuir al sistema han estado creciendo en los
últimos años, dijo Gasparini.
Estas tendencias son aún más
preocupantes debido a que América Latina está envejeciendo a un ritmo
superior al del mundo desarrollado. El año pasado las personas mayores de
60 años representaban un 9.1% de la población de la región. Para 2050
ese número se elevará a un 25%, de acuerdo con la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe.
José Miguel Guzmán, jefe de
población y desarrollo del Fondo de Población de Naciones Unidas,
asegura que los gobiernos en América Latina no han tomado plena
conciencia de este reto. Hasta ahora, dijo, "en la mayor parte de países
de la región no ha habido un proceso de adaptación de las políticas y
las instituciones a una nueva realidad demográfica".
La excepción notable ha sido Brasil,
que actualmente financia un sistema de pensiones para cubrir a 85% de las
personas de edad en el sector rural. Si bien se requiere una inversión pública
significativa de entrada, Guzmán afirma que los de mayor edad tienden a
ser buenos "redistribuidores de recursos" a generaciones más jóvenes.
En términos estrictamente financieros, invertir en la vejez parecería
contradecir la lógica, pero Brasil está descubriendo que esa inversión
puede ir más allá de ayudar a algunos a dejar de tenerle pavor a la
vejez.
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