Adultos mayores en la soledad y el abandono
El Heraldo.hn
3 de noviembre del 2008
Honduras
Con sus 99 años de edad y su avanzada demencia senil, doña Corina Bográn vive a plenitud cada minuto de vida que Dios le regala.
Pese a su completa soledad, pues sus únicos dos hijos viven en Estados Unidos, es toda una quinceañera para inyectar humor y alegría en el asilo de inválidos del hospital San Felipe.
Sus vagos recuerdos que aún no han sido tocados por el Alzheimer la remontan a la época de oro, como le llama a su juventud, donde asegura fue una empedernida y coqueta bailarina que disfrutó mucho del preciado don de la
vida.
“Soy evangélica y no nos permitían ir a fiestas ni a nada... pero me di mis escapadas y me di gusto bailando. Era una terrible coqueta bailadora”, comenta con una enorme
sonrisa.
Su profesión de entomóloga le permitió conocer toda Honduras y muchos países.
Todavía cuenta con una colección de insectos voladores raros en un museo de la ciudad de San Pedro Sula. Corina se emociona al hablar de sus cuadros de pintura que se exhiben en el asilo, pero su sonrisa se borra casi instantáneamente al hablar de su
familia.
“Ellos me llaman, pero no pueden venir a visitarme... ”, dice con una voz quebrantada por la nostalgia que le produjo la
pregunta.
Triste realidad
La mayoría de adultos mayores que se encuentran internos en los más de siete asilos de ancianos de la capital viven a diario una dura
realidad.
El hecho más doloroso no es estar en una silla de ruedas, ni siquiera no poder valerse por si mismos, sino no contar con una visita, un beso o un abrazo de aquellos hijos y nietos por quienes lo dieron todo y a cambio solo reciben
ausencia.
Las fechas que antes fueron importantes, como sus cumpleaños, aniversarios y hasta la misma Navidad, les resulta difícil celebrarlas, pues sus único anhelo es que no se olviden de ellos.
Solo en el asilo del San Felipe se encuentran alrededor de 25 adultos mayores, de los 250 que suman en los 6 asilos más que hay en la capital, que claman por un poco de
afecto.
“Aquí se dan casos espectaculares; por ejemplo: doña Vicenta Zerón fue directora de un colegio de San Pedro Sula, fue encontrada encerrada en una casa en Loarque con una hija adoptiva que solo le daba una gaseosa al día como único alimento.
Vivía en medio de la basura, fue traída al asilo hace tres años y desde entonces no recibe visita alguna. Su hija desapareció, no se sabe de ella”, aseveró Ángela Díaz, encargada del asilo del San Felipe.
Muchos ilustres ciudadanos que tuvieron el privilegio de vivir varias décadas, hoy se encuentran descansando en fosas comunes, pues ninguno de sus familiares se atrevió a reclamar su cuerpo.
Y es que cuando un adulto mayor muere, los asilos hacen los respectivos avisos a sus encargados, pero si después de tres días no los reclaman, son enterrados en los cementerios públicos de la ciudad.
Según Díaz, talvez en el 1 por ciento de los casos aparece un familiar y son
reclamados.
La mayoría tienen como última morada una fosa común. Lo más vergonzoso es que después de muerto un ancianito le aparecen más familiares que otra cosa, para ver qué bien material dejó.
“Una vez un familiar hasta un bastón de madera vino a llevarse del asilo... otra señora vino a buscar una constancia para ir al banco porque la paciente tenía una cuenta de ahorro y necesitaba retirar el dinero”, detalló.
Como el asilo es una sala más del Hospital San Felipe, la mayor parte de los 236 millones de lempiras de su presupuesto para este 2008 la consume el asilo, ya que es gratuito y por consiguiente no produce ninguna entrada de
efectivo.
Modernidad
Aunque se considera el mejor y moderno asilo de la capital, el hogar de ancianos María Eugenia no ha podido vencer la nostalgia que embarga a muchos de sus huéspedes.
Ellos reciben de todo: salud, alimentación, vestuario y un techo donde descansar, pero rara vez tienen la visita de un familiar.
“Creemos que un 50 por ciento de nuestros ancianitos están olvidados por sus familiares, que no los vienen a ver”, corroboró Isabel Enríquez, administradora del hogar.
Esta institución se vale de donaciones de la empresa privada y de la Cruz Blanca Hondureña, que es la que vela para su funcionamiento, para atender a unos 40 ancianos en edades de 70 a 95 años.
Y es que solo para mantener un mes de servicio, las autoridades de este hogar de ancianos invierten entre 60 y 80 mil lempiras. Don Mario Miguel Valle, un ancianito de 79 años que no tiene familia, lleva más de 20 años de recibir los beneficios del
hogar.
Otro de los lugares que presta una loable labor en pro de los ancianos sin familia es el asilo de ancianos Hilos de Plata, que a lo largo de sus ocho años de existencia ha ofrecido abrigo a 25 adultos mayores que no tienen quien vele por ellos.
Contrario a los demás, el único requisito que pide este hogar es que el adulto mayor no tenga familia. Esta institución, con una inversión mensual de 68 mil lempiras, depende de la ayuda del Despacho de la Primera Dama y de la empresa
privada.
Dos años después de su ingreso, don Julio García Pavón se ha convertido en un ejemplo a seguir para sus compañeros.
Durante muchos años fue un alcohólico sin control y ahora es una muestra de perseverancia y dedicación, es la persona que le pone vida y emoción al asilo.
“Fui borracho, patero, anduve pidiendo un cinco en la calle para mi trago, a eso me llevó mi alcoholismo, tengo las marcas en mi cuerpo, pero ahora doy gracias a Dios porque no tengo familia, pero tengo amigos en este asilo”, comentó.
Pero no todos los capitalinos han olvidado a los adultos mayores, varios colegios y universidades de la capital realizan proyectos de trabajo social en los que dedican al menos 200 horas al cuidado de los adultos mayores en los diferentes asilos de la ciudad.
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