Hace apenas dos años que existe un día mundial contra abusos y malos tratos en la vejez. Conviene incluir en esas categorías los prejuicios que conspiran para que los mayores y los que no lo son tengan una visión acertada de la etapa.
La defensa de los derechos humanos en nuestra sociedad tardó en reconocer que en el seno de su propia comunidad las personas mayores no eran tratadas como creíamos, o más bien eran víctimas de abusos y malos tratos.
Por tal razón, hace apenas dos años, las Naciones Unidas proclamaron al 15 de junio como Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. Tal moción que fue promovida por la Red Internacional para la Prevención del Maltrato al Anciano (INPEA), cuya directora, la doctora Lía Daichman, para nuestro orgullo, es una compatriota.
Esta fecha, por lo tanto, nos exige preguntarnos acerca de cuál es la conciencia que existe sobre la temática y, más aún, en cada uno de nosotros.
Hablar de abuso y maltrato hacia las personas de edad nos parece obvio cuando pensamos en situaciones extremas, como aquellas que recogen los medios: las barbáricas olas de robos con asesinatos como las que padecimos recientemente; la vergüenza de ciertos geriátricos, o en las históricas injusticias, tanto a nivel de las jubilaciones como de los servicios de salud. Es allí donde aparece, más claramente ese "anciano", "jubilado", "viejo", en fin, adulto mayor, volviéndose noticia, indignándonos, lastimándonos.
Sin embargo hay otro problema, el que surge cuando ese sujeto discriminado ya no se asocia a los espacios mediáticos sino que aparece en la vida cotidiana, en la calle, en nuestra familia, entre nuestros conocidos, o aun en nuestros espejos. Allí nos encontramos con que lo cotidiano se puede volver terrible.
Porque es en la familia donde se presentan los mayores niveles de agresión física, psicológica y económica; en las instituciones geriátricas, donde aún carecemos de mecanismos legales eficientes que protejan los derechos de los residentes, y en algo más simple y dramático, la dificultad que le genera a tanta gente acercarse a hablar, relacionarse, respetar las decisiones, amar y desear a una persona mayor.
Inclusive, esto ocurre en los propios viejos que tantas veces reniegan de su edad y la esconden. Se avergüenzan de su aspecto, de sus años, de sí mismos. En ese espacio íntimo parecieran desdibujarse las fronteras de los clásicos abusadores y abusados, de los maltratadores y maltratados, y nos encontramos con nosotros mismos, en nuestros desconocimientos, en nuestros propios rechazos, generalmente poco analizados, pero con enormes y fatídicos efectos en la realidad.
El psiquiatra R. Butler (1969) denominó este conjunto de prejuicios y estereotipos como ageism o viejismo, permitiéndonos considerar un nuevo problema en el campo de lo social, que excedía en mucho el trato que podríamos brindarles a nuestros "abuelos".
Este nuevo concepto permitió pensarlos por fuera de los temas de familia y ubicarlos como otro grupo minoritario y discriminado. Es decir, nos permitió visualizar de qué manera los adultos mayores eran víctimas de prejuicios, que incluso gran parte de la población desconocía.
Luego, las psicólogas B. Levy y M. Banaji (2004) señalaron un "viejismo implícito", donde uno de los aspectos más complejos de este prejuicio es que puede operar sin ser advertido ni controlado o con intención de dañar de manera consciente. Este tipo de discriminación plantea algo muy original, ya que no hay grupos que repudien a los adultos mayores como sí existen los que repudian a grupos religiosos, raciales o étnicos.
Por el contrario, aquéllos que rechazan íntimamente a la vejez y a los viejos, difícilmente cometerían actos de segregación explícita, aunque muy probablemente la realicen cotidianamente o manifiesten una "despiadada" lástima. Razón por la cual el llamado a reforzar el conocimiento como medio de manejar esta curiosa escisión intelectual resulta imprescindible.
Promover una mayor consciencia del envejecimiento permitiría una crítica de los prejuicios y estereotipos que llevan a situaciones abusivas y violentas, en pos de una estética de la existencia que abarque las diversas etapas de la vida y que nos permita la ilusión de "llegar a viejos".
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