Más años es tal vez más felicidad
Por
Ricardo Lacub, Clarín
Argentina
El
6 de marzo de 2008
La
conciencia de los límites, el peso de la experiencia e incluso
ciertos cambios en la actividad cerebral pueden redundar, en la vejez,
en una mayor satisfacción frente a lo cotidiano como también en la
capacidad de desestimar emociones negativas.
Es posible pensar la felicidad por fuera de los ideales sociales que
nos auguran logros, reconocimiento y poder? ¿En qué medida la
consciencia de los límites nos permite acercarnos al goce de lo
cotidiano?
La felicidad, que aparece hoy como un nuevo tópico de investigación
científica, aun cuando siga generando suspicacias y dudas por su
complejidad conceptual, nos arroja datos cada vez más sustantivos y
consolidados que nos acercan a temáticas abordadas desde hace siglos
por filósofos y pensadores que buscaban "ese oscuro objeto del
deseo".
Cuando se aborda esta cuestión en relación con el envejecimiento, se
produce una especial curiosidad y sorpresa.
Recientemente, en un estudio de la Universidad de Warwick y Dartmouth
College, se recolectaron datos de 2 millones de personas, en 80 países
(inclusive el nuestro). Los resultados mostraron que las personas de
mediana edad disminuían los niveles de felicidad; un dato curioso
indicaba que para volver a alcanzar los niveles de los 20 años había
que esperar hasta los 70.
Este dato es consistente con otras investigaciones, entre las que se
destaca la de Pond Lacey (Journal of Happiness Studies, 2006), donde
fueron evaluadas personas de aproximadamente 30 y 70 años y se
descubrió que éstas últimas eran más felices. Son resultados que
parecen sorprender hasta los más optimistas.
Las explicaciones son variadas, aunque se remarca el peso de la
experiencia y el paso del tiempo, los cuales permitirían un punto de
vista diferente de la vida. La intensidad de las emociones parece
suavizarse particularmente frente a las experiencias negativas, lo que
muchas veces se denominó la serenidad de la vejez. Esto no implica la
no intensidad de los goces, sino un manejo más adecuado de lo molesto
o nocivo.
Aun cuando las explicaciones sean predominantemente de orden psicológico,
existe una fuerte evidencia sobre los cambios de la actividad cerebral
en la percepción de los hechos negativos en las personas mayores. Por
ejemplo, imágenes registradas por un resonador magnético revelaron
que la amígdala, que es la parte del cerebro responsable de las
reacciones emocionales y la memoria, no reacciona con la misma
intensidad que en otras edades cuando se muestran escenas negativas.
Los investigadores Stacey Wood y Michael Kisley (Psychological
Science, 2007) grabaron la actividad cerebral de adultos a quienes se
les mostraron una serie de imágenes positivas y negativas, tales como
un helado o un animal muerto. Mientras que los jóvenes (entre 18 y
25) dieron más importancia a las imágenes emocionalmente negativas,
los adultos mayores (55 y más) prestaron más atención a las
positivas. Otros estudios agregaron a estas conclusiones la más rápida
recuperación frente a eventos negativos.
Stacey Wood (Los Angeles Times, 2007) sostiene que se produce un
manejo diferente de la información emocional en el procesamiento
cerebral. Esto podría remitir a la antigua noción de sabiduría,
interpretada como la habilidad para integrar la información que
proveen las emociones, siendo más capaces de sopesar y no hallar tan
disruptivo lo negativo o discordante.
Mientras que algunos consideran que "los golpes de la vida"
podrían enseñarnos lo esencial —es decir, lo que tiene valor para
el sujeto—, otras perspectivas complejizan las explicaciones. La
psicóloga estadounidense Laura Carstensen viene desarrollando
investigaciones sobre las emociones en la vejez en el Centro de
Longevidad de la Universidad de Stanford, tratando de comprender
"la predisposición a lo positivo".
La explicación es que el control emocional, que redunda en un más
amplio nivel de satisfacción, se debe a la creciente consciencia de
finitud y la percepción de un tiempo limitado por vivir, lo que
tiende a generar una mayor selectividad emocional, generalmente
asociada a objetivos más afectivos, personalizados y con una fuerte
focalización en el presente (Psychology and Aging, 2002)
Esta misma perspectiva, en la que la sensación de cierta
provisionalidad es más real y palpable, permite darle a la vida más
valor y sentir más agradecimiento, así como también enfocarse más
sobre los aspectos positivos y promover con ello una mayor satisfacción
vital.
La paradoja de la vejez parece radicar, según Carstensen, en que a
pesar de que existe cierto declive físico y cognitivo, se incrementa
el bienestar psicológico.
Esto no implica que sea una experiencia de todos los mayores. Ciertos
niveles de padecimientos físicos o económicos podrían limitar estas
vivencias, así como las características neuróticas del sujeto no
disminuyen con la edad.
Borges, en el cuento "El inmortal", siguiendo una tradición
existencialista, describía el aburrimiento que generaba la falta de
prisa de aquellos cuyas vidas carecían de un límite de tiempo. La
cercanía del fin puede producir pánico o puede hacer brotar la
experiencia más rica del ser humano: el goce de lo cotidiano.
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