Tienen una esperanza de vida mayor a la de sus
compañeros, integran al grupo poblacional más numeroso de la
ciudad y son las principales beneficiarias del programa de Pensión
Alimentaria para Adultos Mayores del gobierno capitalino.
Son mujeres que enfrentan la última etapa de sus
vidas en condiciones contrastantes, entre el abandono de sus
familias y la comodidad.
El abandono
Adelfa Berman tiene nietos y bisnietos que nunca
ve y otros que no conoce, pero prefiere no entrar en contacto con
ellos porque después de verlos no podría volver al albergue Villa
Mujeres, del gobierno de la ciudad, donde vive desde hace cuatro años.
“No tuve más remedio que ir a pedir ayuda al
gobierno”, explica mientras permanece sentada en una de las bancas
del área verde del Centro de Asistencia e Integración Social (CAIS),
porque tanto su hija como su hijo le cerraron las puertas de sus
casas.
En los 10 albergues que tiene el gobierno de la
ciudad hay 810 mujeres de distintas edades y sólo 3% de ellas
mantiene algún vínculo con su familia, la mayoría se encuentra en
abandono social y en extrema vulnerabilidad, ya sea por su avanzada
edad, porque padece alguna enfermedad crónico-degenerativa, mental
o una discapacidad auditiva, visual y motriz.
Martí Batres, secretario de Desarrollo Social
capitalino, explica que la mayoría de la gente que vive en los
albergues del DF es encontrada en la vía pública o reportada por
abandono en hospitales y no paga por su estancia.
Al menos la mitad de la población que atienden
los CAIS del gobierno capitalino tiene entre 60 y 96 años, la más
lonjeva es una mujer.
De acuerdo con el Instituto de Atención a los
Adultos Mayores del DF, 62% de los beneficiarios de la tarjeta
alimentaria corresponde a mujeres.
A decir de Batres, para 80% de la población
femenina beneficiaria de la tarjeta “éste es el primer ingreso
que recibe” y es como un reconocimiento al trabajo que hizo por años
en casa.
Adelfa usa su tarjeta de apoyo alimentario para
comprar calcetas, zapatos y papel sanitario. Tiene muchas compañeras
de cuarto porque el dormitorio es general, pero no con todas platica,
sólo con su amiga, una mujer de 36 años, residente del mismo
albergue y quien la ha adoptado como abuela. Adelfa cree que vive
tiempo extra: “porque 88 años se dice fácil; de todo tuve”,
expresa sonriente.
En el CAIS Villa Mujeres hay 420 personas, 70% de
ellas son adultas mayores, algunas enfermas que reciben atención médica.
A Rosalía Moreno, una peritonitis la dejó sin
trabajo y sin lugar para vivir. Después de 30 años de ser cocinera
en una casa de Lomas de Chapultepec se enfermó y no fue recibida
por sus hijos. Como pudo llegó al CAIS Coruña para ser canalizada
a un hospital, pero no recuperó su empleo ni obtuvo uno nuevo a
causa de su edad.
De sus hijos no sabe nada, ni desea buscarlos
porque aún recuerda que un día lluvioso la corrieron cuando les
pidió ayuda porque se sentía muy mal.
Ella lleva nueve años en el albergue y se ha
resignado a permanecer ahí lo que le resta de vida. Cuando se le
pregunta cómo se siente, su respuesta es: “feliz, feliz como una
lombriz, oigo, veo, hablo, gracias a Dios”.
El contraste
Margarita Núñez llegó al Hogar para Ancianos
Matías Romero cuando tenía 76 años. “Pensaba rentar un
departamento, pero iba a estar sola, encontré este lugar y me gustó
la casa y el recibimiento que me hizo la señora Balderas”, dice.
Hoy está a punto de cumplir 80 años y se
muestra feliz de estar en esta institución de asistencia privada
que aloja a 55 adultos mayores, 44 de ellos mujeres. Su gusto por
formar rompecabezas la ha llevado a adornar prácticamente toda la
estancia de la casa con paisajes que consigue armar.
Por su estancia en este lugar, que tiene
habitaciones prácticamente por persona y una larga área jardinada
con fuentes, Margarita aporta toda su pensión, de cinco mil 700
pesos, y sus sobrinos abonan otros 500 mensuales.
“Tengo una habitación sola, está el doctor,
hay enfermeras, nos dan alimentos, vienen por mí y me llevan a
comer a su casa o con una amiga salgo a comer fuera” y además
recibe cada 15 días la visita de su sobrina.
En la Sala Verde de la casa Luisa Lea Carranza,
de 74 años, prepara una plática sobre el origen y uso de los
brillantes, es residente del lugar desde hace 48 meses. Antes vivía
sola en su casa, pero tomó la decisión de buscar un lugar donde
ser atendida y convivir con otras personas cuando se dio cuenta que
no podía hacer muchas cosas.
“Busqué mucho, con mucha calma y esto fue lo
que más se adaptó a mi gusto y presupuesto”. Ella es argentina y
no cuenta con pensión ni seguro alguno, pero recibe el apoyo de su
hija, con quien mantiene contacto a través del teléfono o de la
computadora que tiene en su dormitorio.
Le gusta dar pláticas a sus compañeros porque
viajó por todo el mundo y conoce muchas cosas, pero sabe que
requiere apoyo porque su capacidad auditiva ha disminuido.
Gloria Lazcano lleva 20 años en este lugar y con
el tiempo han fallecido sus familiares, por lo que la propia
institución de asistencia privada costea su estancia, asegura
Guadalupe Balderas, trabajadora de la casa.
Con la instrucción de Carmelita, la terapeuta
del lugar, ha aprendido a elaborar pulseras a base de seguros y
chaquira, que vende entre el personal. Ofelia Morales y su hermana
Esperanza cambiaron su residencia a esta casa porque permanecieron
solteras y los pocos familiares que les quedan están muy alejados
de ellas.
“Estamos muy a gusto aquí”, expresa Ofe,
como la llaman sus compañeras, porque tienen una de las tres
habitaciones grandes que hay en el lugar y disfrutan del jardín.
Como jubiladas del ISSSTE aportan sus pensiones
al pago por su estancia en la casa y como extra tienen la tarjeta de
pensión alimentaria del gobierno de la ciudad.