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Le mostramos el drama que viven cientos de ancianos desprotegidos en Cali

Por Redacción El País

25 de Marzo del 2012

Colombia



Photo Credit: Jorge Orozco, El País 

A Flor Alicia Jiménez los sobrinos la sacaron de la casa de la Nueva Floresta donde vivía hasta hace catorce meses, porque la veían como un estorbo. A las 5:00 de la mañana la levantaban de la cama para que saliera y sólo le permitían volver a entrar a las 7:00 de la noche.

Pero si por olvido salía de la casa sin el medicamento o sin las gafas, no le permitían regresar por ellos y no se los pasaban. “Todavía no es hora de entrar”, le decían.

“Mi cuñada me había dado una pieza grande, pero llegó mi sobrino de España y él quería la pieza y me sacaron”, explica Flor Alicia. Un matrimonio que vivía enfrente la acogía durante el día para que no se quedara en la calle. Ella les ayudaba en los oficios hasta donde podía. Pero la situación se hizo insostenible. No tuvo hijos. “Tuve ocho abortos, se me venían a los dos meses”, se lamenta. Y finalmente Flor Alicia buscó refugio en un ancianato de la ciudad.

Pese a su drama, ella tuvo mejor suerte que los dos mil ancianos que hoy viven en las calles de Cali. Son el 30% de los seis mil indigentes de la ciudad. Y aunque el Estado tendría obligación de atenderlos si no tienen familia que lo haga, en los ancianatos no hay más de mil adultos mayores amparados.

Esos albergues son básicamente el San Miguel y El Cottolengo. Sobre todo el primero que es Empresa Social del Estado adscrita a la Secretaría de Salud.

Su gerente, el médico Guillermo Zapata, dice que no hay el apoyo necesario ni siquiera para atender los 350 ancianos que tiene el centro geriátrico, que tampoco alcanza a esa condición médica porque no tiene una unidad quirúrgica habilitada para intervenir a los abuelos.

De los $4.000 millones que necesita cada año para operar, no recibe ni la mitad por parte del gobierno. Por eso, con frecuencia le toca ir a Cavasa a poner el canasto para que los mayoristas le regalen un bulto de papa o de arroz, o hacer colectas en colegios para conseguir mil panelas o un buen mercado que calme el hambre de los ancianos.

Mantener un anciano le cuesta al San Miguel $25.000 diarios y si requiere atención médica especializada puede costar $300.000 pesos. Y no los hay. Al menos no en el presupuesto oficial.

Pocos ancianos o sus familias tienen con qué pagar una pensión en un albergue, pese a que en la ciudad proliferan supuestos ancianatos.

Son negocios abiertos en barrios de estrato alto, muchos de los cuales ni siquiera cuentan con protocolos de atención y lo único que hacen es cobrar a quien tiene con qué pagar por cuidar a los viejos, dice el médico Zapata.

Muchas familias los llevan a esos sitios para deshacerse de ellos. Pero lo cierto es que muy poca gente se prepara para la vejez, dice la trabajadora social Liliana Loboa. Sólo el 26% de los adultos mayores hoy tienen pensión.

Prepararse no sólo es hacer un ahorro económico para pasar los últimos años de la vida, sino cumplir con los deberes familiares que se tienen durante la existencia. Loboa explica que muchos ancianos abandonados hoy son personas que a su vez abandonaron a sus hijos o su cónyuge y en el final de sus días no pueden contar con la ayuda de ellos.

Además, muchos familiares los dejan en clínicas y hospitales aduciendo que no tienen cómo pagar sus tratamientos ni cómo mantenerlos. En los últimos días había seis ancianos abandonados en el HUV, cuatro en el San Juan de Dios y dos en la clínica Rey David.

Mariluz Zuluaga, defensora del paciente en Cali, dijo que el 60% de los casos que maneja su oficina son por problemas de atención a adultos mayores en las EPS y hospitales.

Les niegan los servicios o tratamientos y les entregan medicamentos incompletos aprovechando que muchos ya no leen ni comprenden bien, indicó.

En los bancos e instituciones oficiales no tienen consideración con ellos. Hacen las mismas filas largas que los más jóvenes y hasta les piden certificados de supervivencia para entregarles la mesada pensional.

Una vez afuera del banco, son las principales víctimas de los ladrones. Angélica María Téllez, toxicóloga del HUV, indicó que de septiembre a la fecha han llegado a esa unidad siete adultos mayores a quienes les habían suministrado sustancias tóxicas para sedarlos y robarlos. Como ocurrió con Rogelio Góyez hace unos días.

El problema es que la población se está envejeciendo cada vez más. En Cali supera el 14% y llegaría al 20% en unos 30 años. Pero no todos están preparados para el ocaso de sus vidas y corren el riesgo de quedarse en la calle como Flor Alicia Jiménez. Y para ello no basta con buscar una pensión, es necesario construir una familia.


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