Cuba envejece: un problema que no puede
esperar (22 de septiembre de 2011)
Por Vladia
Rubio, Cubasi
22 de septiembre de 2011
Cuba
Eloísa Miravalles probablemente
no sepa que este 1ro. de octubre el mundo
celebrará un acontecimiento que le toca
bien de cerca: el Día Internacional del
Adulto Mayor.
Enfrascada en las cotidianas gestiones para el
abastecimiento familiar, en el cuidado del nieto
mientras la hija permanece en la empresa, y
pasando trabajos mil con las piernas, que cada
vez le duelen más, esta vecina de
Marianao, recién estrenándose como
jubilada, no tiene apenas oportunidad, y tampoco
muchos deseos, para reparar en celebraciones.
Sería bien interesante indagar
cuántos cubanos están en
situación similar a la de Eloisa. Al
menos, son cerca de dos millones los que, como
ella, rebasan las seis décadas, y cuando
se llegue el 2025, uno de cada cuatro pobladores
tendrá más de 60 años.
¿De qué modo se ha preparado la
sociedad para afrontar el acelerado envejeciendo
de sus habitantes?
No se trata de algo que pueda vislumbrarse solo
como perspectiva, es ya un hecho tangible, cuyos
tintes serán aún más
drásticos a medida que los almanaques
avancen. Lo cual debe verse unido al
también acentuado decrecimiento
poblacional -sinónimo de menos
nacimientos-, a la emigración, y, por
tanto, de menos personas para cuidar a los
ancianos.
Aun cuando entre las naciones del llamado
Tercer Mundo Cuba se ubica a la vanguardia en la
atención a la tercera edad, sobre todo
sustentada en el Programa Nacional de
Atención al Adulto Mayor, la
situación actual evidencia que resulta
insuficiente lo conseguido. Sobre todo, se
enmarca en un círculo rojo la manera en
que se alista el país para afrontar su
envejecimiento poblacional, que aun siendo
alarmante no resulta inesperado.
Dentro de las fortalezas con que cuenta la Isla
para la atención a la ancianidad, data de
1984 la inclusión de la especialidad de
Gerontología y Geriatría dentro de
la capacitación del personal de salud.
Doce años más tarde, el renovado
Programa de Atención al Adulto Mayor
ocupa una de las cuatro prioridades dentro del
Sistema Nacional de Salud. También
significó un puntal para los cuidados al
anciano la inauguración en 1992 del
Centro Iberoamericano de la Tercera Edad, con el
fin de emprender investigaciones sobre ese
sector poblacional y formar gerontogeriatras,
hoy centro de referencia nacional para la
especialidad.
Esos fueron puntos de partida para el posterior
despliegue de variadas estrategias encaminadas a
beneficiar a ese grupo etáreo:
Círculos de Abuelos, Casas del Abuelo,
Hogares de ancianos, atención comunitaria
a los ancianos que la requirieran en cuanto a
alimentación y otras necesidades
asistenciales, apertura de la Universidad del
Adulto Mayor…
Innegablemente, muchos pasos se han dado, pero
la realidad de este presente indica, por
ejemplo, que es insuficiente la cantidad de
geriatras, a la vez que resultan todavía
deficitarios los conocimientos sobre
gerontología del personal que labora en
las áreas asistenciales.
Queda mucho por hacer. El propio Jefe del Grupo
Nacional de Geriatría y
Gerontología, profesor doctor Miguel
Valdés Mier, subrayaba el pasado
año la necesidad de preparar más
recursos humanos considerando el envejecimiento
acelerado de los cubanos y aun cuando la Isla
posee en el tema del personal calificado uno de
los mejores indicadores en América
Latina.
El también Presidente de la Sociedad
Cubana de Psiquiatría apuntaba que entre
los retos del país para atender a sus
abuelos figura el proveer a la sociedad de
recursos no solo institucionales, sino de
opciones o alternativas comunitarias que
posibiliten al anciano una mejor
utilización de su tiempo libre y
capacidades potenciales. Valdés Mier
insistió en la necesidad de preparar
cuidadores en la comunidad, “porque no siempre
es posible que los familiares puedan atender a
sus ancianos.”
Canas atribuladas
La investigadora María Elena
Benítez, del Centro de Estudios
Demográficos (Cedem) de la Universidad de
La Habana, y una de las estudiosas de este tema,
asegura que “a escala social, se viene
produciendo en el país una
redefinición de la vejez en la conciencia
de las personas. Ello no quiere decir que todo
esté resuelto, sino que hay una mayor
sensibilidad del problema y se trabaja para
enfrentar una situación que el
país ya tiene y se agudizará en
los próximos años”.
A tal punto hay que continuar formando
conciencia sobre esta realidad en la
población toda y en su personal
calificado, que apenas es posible profundizar en
datos estadísticos sobre ese sector
poblacional. Abundan indicadores asociados con
la mortalidad materna e infantil y sus
causas, a los índices de bajo peso al
nacer, los ingresos en hogares maternos…; pero
no así los referidos a la tercera edad.
Las particulares angustias de Eloísa
Miravalles hablan, en términos concretos,
de cuánto queda por hacer. Le cuesta un
mundo alzar el carrito de los mandados cada vez
que cruza la calle, porque apenas existen rampas
que se lo faciliten, y sí innumerables
barreras arquitectónicas. Cuando se rompe
el elevador en su edificio de microbrigada,
entonces sí que las inflamadas venas de
sus piernas de 67 años parecen a punto de
reventar subiendo los siete pisos que la
conducen a su apartamento.
Y si el asunto es de comprarse ropa alguna que
otra vez, hay que ver a la señora
contemplando con frustración las perchas
de las tiendas donde casi ningún modelo
ni talla se ajustan a sus necesidades y gustos.
Tampoco la abuela Eloísa, si quisiera,
cuenta con muchos lugares donde recrearse en su
escaso tiempo libre. La gran mayoría de
estas opciones son pensadas para una juventud
que cada vez va siendo numéricamente
menos.
Sin duda, enfrentar el fenómeno
demográfico que hoy vive Cuba es asunto
complejo porque implica significativos aumentos
de carga para la seguridad social, para el
sistema de salud y para muchas otras entidades.
Ello sin olvidar que los últimos
años estuvieron signados por un
crecimiento permanente en los gastos de
educación, salud, cultura, deporte,
ciencia y técnica, y la seguridad social.
Durante el pasado 2010, fue destinado un 11.6
por ciento del presupuesto del estado a la
seguridad social, y un 1,8 por ciento a la
asistencia social, por solo mencionar dos
rubros, que no los únicos, relacionados
con la ancianidad. Por su parte, la ley de
presupuesto para el actual año
también dedica la mayor partida a los
programas sociales como la educación, la
salud pública y la seguridad social,
entre otros.
Para entender tales esfuerzos, y los que se
avecinan, hay además que
contextualizarlos en la compleja
situación económica que hoy vive
el país, lacerado por la persistencia de
la crisis financiera mundial, la escalada de los
precios de los alimentos y los combustibles, y
las restricciones a Cuba para nuevos
financiamientos. Sin tampoco olvidar las
complejidades derivadas del bloqueo
económico, comercial y financiero que nos
imponen los Estados Unidos.
A pesar de tamaños retos, el tema del
envejecimiento poblacional no puede quedar para
mañana. De ahí que junto a las
alternativas institucionales, como apunta el
doctor Mier y también la investigadora
Benítez, se hace necesario apelar al
potencial comunitario, que, sin grandes
inversiones, tiene la posibilidad de tributar de
manera importante a la calidad de vida de los
ancianos.
Aunque también es válido abogar
por acciones multidisciplinarias,
intersectoriales, por una coherencia en todo el
actuar del país que tenga en cuenta para
cada una de sus decisiones que esta es una
población envejecida.
A tal punto ello es imprescindible, que fue
necesario extender la edad de jubilación.
De no haberse legislado así, para dentro
de cuatro años ya habría
más personas fuera de la vida laboral que
las que se encuentran trabajando. No
obstante, para el 2035, cerca del 34 por
ciento de los cubanos tendrá 60
años o más, y seremos el
país más envejecido de
Latinoamérica y el Caribe.
Puertas adentro
La familia cubana es una de las más
afectadas por la situación
demográfica y lo será aún
más en lo venidero. Cada vez son
más los padres y abuelos que requieren
atenciones especiales en el hogar por ir
perdiendo autovalidismo y por las lógicas
afecciones degenerativas.
Tampoco la familia está preparada ni
cuenta con los necesarios servicios o
infraestructuras que le faciliten estas tareas.
Lamentablemente, tales carencias en ocasiones se
traducen en disfunciones familiares y hasta en
maltratos y violencia doméstica, una de
cuyas más tristes expresiones es el
abandono, el ninguneo del anciano a quien se
deja olvidado, como un mueble más de la
sala.
Por desconocimiento, predominan prejuicios y
enfoques negativos sobre la vejez,
asumiéndola no como una etapa más
de la vida, sino como el fin de la misma, sin
considerar cuántas potencialidades
encierra. No por gusto algunas culturas
milenarias rinden veneración y hasta
culto a sus ancianos.
Habría que entrenarse, puertas adentro
del hogar, en una mejor convivencia
intergeneracional, en aprender sobre las
peculiaridades de la tercera edad y sus
necesidades. A la vez, también urge
fomentar la figura de los cuidadores a domicilio
en provecho del rendimiento laboral y de la
calidad de vida de los adultos de casa que
se mantienen trabajando.
En este sentido, valdría preguntarse
cuál ha sido el destino de los más
de 25 mil trabajadores sociales formados
durante el último decenio, y
también llamar la atención sobre
la modalidad de “Cuidador de enfermos, personas
con discapacidad y ancianos”, comprendida entre
las actividades autorizadas desde septiembre del
pasado año para ejercer como trabajo por
cuenta propia, y lo urgente de su
capacitación y asesoramiento.
Y si estos cuidadores son necesarios para
familias extendidas, qué decir de
aquellos hogares en que vive un viejito solo, o
una pareja de ellos. Porque también otro
de los efectos del envejecimiento poblacional
–además de aumentar las enfermedades
degenerativas, crónicas, las
hospitalizaciones por largos períodos y
con costosos tratamientos- es el incremento de
las tasas de viudez.
“Los retos de los años venideros
conducen, inexorablemente, a un cambio en
las necesidades y las obligaciones de los
miembros de la familia en cuanto a los cuidados
de la tercera edad”, asegura Benítez. Eso
presupone, añade la experta, cambios
importantes en la dinámica familiar
y la aparición de nuevas demandas
sociales, entre estas la necesidad de establecer
roles nuevos y satisfactorios para las personas
que envejecen dentro de los nuevos modelos de
integración social.
El doctor Eugenio Selman, presidente de la
Asociación Médica del Caribe
(Ameca), del “Club de los 120 años” y
también del Congreso sobre Longevidad
Satisfactoria cuya novena edición tuviera
lugar en La Habana en mayo pasado,
declaró en ese contexto que hay seis
aspectos fundamentales para avanzar en la
“longevidad activa”: la motivación, una
alimentación sana, la salud, la actividad
física, la cultural y un entorno
ambiental correcto. Y la aspiración es
que, como media, la expectativa de vida
alcance los 80 años.
Eloísa Miravalles, la abuela tantas veces
citada en estas líneas; a pesar de sus
achaques y de la sobrecarga doméstica que
lleva sobre los hombros, no se siente derrotada
y muchísimo menos alentando en su noveno
inning. No aspira a anotarse en el Club de los
120, pero por estos días se apresta a
festejar un nuevo cumpleaños y espera
celebrar muchos más, guiada por la alta
esperanza de vida que distingue a esta
población -78 años- y la ubica en
el rango de naciones desarrolladas.
Eloisa no ha perdido la sonrisa,
confía en que a medida que el crecimiento
de la expectativa de vida marche aparejada con
un aumento en la calidad de la misma, sus
años venideros podrán ser
aún más plenos porque el asunto no
es sumar años a la vida, sino vida a los
años.
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