23 de Abril
del 2012
España
Imagen: Carlos Rosillo
Al profesor de
geriatría Leocadio Rodríguez
Mañas le gusta provocar a sus alumnos de
último curso de Medicina. El ministro de
Sanidad, les dice, denuncia que la mitad de las
camas en los hospitales públicos
están indebidamente ocupadas por negros.
“¡Qué racista!”, contestan a coro
los alumnos, “¡cómo se puede decir
eso!”. Bueno, no, en realidad denunció
que estaban ocupadas indebidamente por mujeres,
se corrige Mañas, pero su auditorio
reacciona igual: “¿Cómo se puede
decir eso?, ¡qué sexista!”. “Pero
no”, se corrige Mañas por segunda vez,
“en realidad denunció que estaban
ocupadas por ancianos”. “Y”, dice Mañas,
“ante esta afirmación final no hubo
protestas ni ardores, todos lo comprendieron
como un problema de gasto sanitario, y eso, eso
es lo que me rebela de verdad, la
consideración del anciano como un
problema, lo que los ingleses llaman ageism,
discriminación por edad”. “Pero el
verdadero problema no es que los ancianos ocupen
los hospitales, el problema es que no salen para
adelante”, añade.
Aparte de profesor, Rodríguez
Mañas es jefe del servicio de
geriatría del Hospital Universitario de
Getafe (Madrid) y comprueba diariamente que al
hospital llegan ancianos enfermos con
discapacidad, sobre los que ya poco se puede
actuar, porque es un estado irreversible. “Y
podríamos evitar la discapacidad
interviniendo en la fase previa, la que llamamos
de fragilidad”, dice Mañas. “Así
podemos prevenir la discapacidad, y no solo eso,
también aumentar la calidad de vida de
los ancianos, facilitar su autonomía e
independencia”.
En 2006, coordinada desde el Instituto de Salud
Carlos III, se creó en España la
red de investigación sobre fragilidad.
Dentro de la cohorte de Toledo, el
catedrático Mikel Izquierdo, que llegaba
del campo deportivo -había sido
preparador físico, en lo que se refiere a
entrenamientos de fuerza, en equipos de
balonmano y también en el Liverpool y en
el Barça de fútbol-,
investigó sobre la función
física de los ancianos con
acelerómetros. Sus primeras conclusiones
fueron que, asociadas al deterioro de la
fragilidad y la aceleración hacia la
incapacidad, figuran siempre unas constantes:
enfermedad, estilo de vida (práctica de
ejercicio) y estatus socioeconómico. “Y
que la práctica de ejercicios de fuerza
constituye la intervención más
eficaz para retrasar la discapacidad y sus
efectos colaterales, las caídas, el
deterioro cognitivo, la depresión”, dice
Izquierdo, de la Universidad Pública de
Navarra.
Entre la fragilidad y la discapacidad inexorable
normalmente media una enfermedad. La más
común es la diabetes. A los
diabéticos obesos se les prescribe
habitualmente una dieta para perder grasas, lo
que conduce, si no se le prescribe
también ejercicio físico, a una
nueva enfermedad, la obesidad
sarcopénica. “A un joven que haga
ejercicio, la dieta alimenticia le hace perder
grasas; a un anciano que apenas se mueva lo que
consigue es hacerle perder músculo, con
lo que se logran gordos inválidos,
discapacitados”, dice Rodríguez
Mañas, que hizo llegar a la Unión
Europea sus teorías y observaciones. “Y
la UE nos concedió seis millones de euros
para financiar un estudio que permita demostrar
nuestras ideas para que se puedan poner en
marcha en residencias y hospitales
geriátricos”.
Coincidiendo con el Año Europeo del
Envejecimiento Activo, desde Getafe lideran un
consorcio con 16 grupos punteros de siete
países europeos (España, Francia,
Reino Unido, Italia, Alemania, Bélgica y
República Checa), con 1.700
diabéticos de más de 70
años que cumplan los criterios de
fragilidad. La mitad, el grupo de control,
seguirá haciendo lo mismo que hasta
ahora; sobre la otra mitad se intervendrá
a tres niveles. El primero será relajar
el rigor en la valoración del nivel de
glucosa para prevenir los riesgos de
hipoglucemia y de la presión arterial. El
núcleo son ejercicios físicos de
fuerza sencillos, como flexiones, para que los
puedan hacer todos y dirigidos, sobre todo, al
tren inferior: glúteos y
cuádriceps. Se realizarán durante
16 semanas, con dos sesiones por semana, en
hospitales y centros de salud; después
será mantenimiento, y al cabo de un
año otras 16 semanas. Y, en tercer lugar,
en la nutrición, donde se parte de un
nivel no óptimo, con demasiadas dietas
restrictivas antiglucosa que conducen a la
malnutrición: con ejercicio se
logrará que pierdan grasa, no
músculo.
Se crearán un total de 125 centros en
Europa, 24 de ellos en España en
diferentes comunidades autónomas. En
todos ellos se efectuarán todos los
ejercicios con los mismos aparatos y se
medirán con las mismas máquinas
calibradas con los mismos métodos.
Habrá que entrenar a todos los
médicos y enfermeros participantes para
usar los mismos criterios a la hora de medir,
por ejemplo, la velocidad a la que se hace un
ejercicio de andar 4,6 metros. La base de datos
en que se depositarán todos los registros
se establecerá en Cardiff (Gales).
“En el caso de que la investigación
concluya con éxito, se podrían
reducir anualmente en Europa en 700.000 los
casos de discapacidad”, dice Izquierdo, que se
encargará de diseñar y coordinar
el programa de entrenamiento de fuerza y las
pruebas de valoración de la potencia
muscular que se realizarán en toda
Europa. “Y esto podría suponer un ahorro
estimado a los servicios públicos de
salud europeos de hasta tres billones de euros”.
Para probar que el movimiento se demuestra
andando, el doctor Rodríguez Mañas
ya ha empezado a andar por su cuenta. Se ha
movido en Getafe, donde, después de
estudiar el enorme coste de las fracturas de
cadera, el mayor de los cuales es la muerte,
puso en marcha hace seis meses la unidad de
caídas. Según Mañas, la
fractura de caída produce más
mortalidad en ancianos que el cáncer, y
mayor mortalidad intrahospitalaria que el
infarto, por ejemplo. La gente se rompe porque
se cae y la mejor forma de evitar las
caídas es conocer sus causas. Y
normalmente, los más proclives a las
caídas son los diabéticos.
“Todos los hospitales deberían contar con
gimnasios para que los ancianos hagan ejercicio
físico, imprescindible, por ejemplo, para
evitar las atrofias de los pacientes encamados,
que podrían también aliviarse con
otro tipo de diseño de camas que les
permitan, por ejemplo, hacer ejercicios
tumbados”, dice Mañas. “Para recuperar lo
perdido en 10 días de cama se necesitan
dos meses de ejercicio. Pero los ancianos
enfermos tienen muy poca reserva de
músculo, y se deterioran
rápidamente. Por eso hacen falta unidades
de geriatría para tratar la fragilidad:
al hospital solo nos llegan con discapacidad, no
frágiles. Un poco de ejercicio tiene un
gran efecto de mejora”.