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Envejecer en el Perú

Por Eduardo Morón, El Comercio

Perú

El 29 de mayo de 2008

Hay pocas cosas en la vida que nos llegan con tanto aviso como la vejez. A pesar de ello, en la mayoría de los casos la recibimos con una gran improvisación. Al contrario de lo que muchos de nosotros pensamos, la mayoría de los peruanos que llega a cumplir 65 años no cambia para nada su rutina de vida. La mayoría de ellos, lejos de celebrar el haber cumplido esa edad, tendrá que seguir con lo mismo: trabajar para vivir. Suena dramático porque en efecto lo es. Solo una pequeña minoría cuenta con activos suficientes para afrontar con comodidad el resto de su vida. Unos cuantos más tienen la fortuna de tener una pensión de jubilación fruto de su trabajo, que les permitirá tener una relativa tranquilidad en esos años.

Cuando uno mira las cifras del Perú no puede más que sorprender la desidia. Si nos enfocamos en el grupo de personas que ya superó la barrera de los 65 años, encontraremos que uno de cada tres estuvo afiliado a algún sistema previsional y, por lo tanto, algo de protección tendrá. Pero si uno hace la separación entre quienes no son pobres y los que efectivamente están en dicha condición, encontrará el amargo sabor de los promedios en un país donde las distancias muchas veces son enormes. Prácticamente no hay personas pobres con acceso a una pensión de jubilación. Ese es el drama de un mercado laboral lleno de trabajadores informales.

En el Perú esta característica de nuestro mercado laboral fuerza a las personas a seguir trabajando pasados los 65 años, los fuerza a compartir la vivienda con los hijos. Siete de cada diez adultos mayores vive con los hijos (o al revés). Claramente no es lo mismo heredar de tus padres que heredar a tus padres. Por ello, muchos hijos no pueden salir de la pobreza, pues deben afrontar los costos de salud que tienden a ser más elevados en la medida en que la edad avanza. Hace bien el ministro de Salud en apuntar al aseguramiento universal de los peruanos.

Nadie discute que el sistema de AFP funciona bien para aquellos que pueden acceder al mismo con un trabajo dependiente. Si vemos los números, encontraremos que para aquel que puede aportar todos los meses tendrá al final de su vida laboral la paz de una pensión. Pero ese grupo no alcanza ni a dos de cada diez trabajadores en el Perú. Y que quede claro que el problema no está en el sistema de AFP, sino en que ninguna reforma previsional se ha hecho pensando en las mayorías.

Lo que propongo es pensar en las mayorías, pero concentrarse en los ancianos pobres. Es cierto que son personas que ya no tienen obligación de ser votantes y, por lo tanto, su voz llega débil. A ellos no se les puede exigir que sigan trabajando o que se reciclen para reinsertarse en el mercado laboral. Estas personas de una forma u otra pagaron vía IGV su cuota al Estado, pero no tienen derecho a pensión alguna pues no tienen contribuciones suficientes a la ONP o a alguna AFP.

El costo de darle una pensión de un tercio del salario mínimo a adultos mayores que están en situación de pobreza no excede un punto del PBI. Ese es el precio de no desproteger a nuestros ancianos. Si no hay para tantos empecemos con 100 soles para los pobres extremos, lo cual cuesta la tercera parte. Hoy el Estado subsidia con la plata de todos, y también de estos ancianos, pensiones a personas que no están entre los más pobres tanto en la ONP como en las AFP. Eso es falsa solidaridad. Seamos verdaderamente solidarios, los recursos están, falta la voluntad política.


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