Sentado, viendo hacia ningún lugar en especial, parece como sacado de una postal de turismo en una típica estampa de oriente; un hombre mayor de piel morena, curtida por el sol y la edad, a sus espaldas una pared de adobe. Es como si el tiempo se detuviera en ese instante para esperarlo, mientras descansa en la acera de su casa. Sonríe al ver la cámara.
Él se llama Elisandro Arrazola, tiene 90 años o, como él dice, anda en 91. Es una manía del lugar ser precisos con el tiempo, como si fueran a desperdiciarlo, aunque tiempo es lo que les sobra a los pobladores de San José La Arada, Chiquimula. Es uno de esos pocos lugares en el país donde la gente vive más de 100 años. Elisandro Arrazola, por ejemplo, está muy por arriba de los 69 años, promedio de esperanza de vida al nacer del guatemalteco, y del promedio de 65 años en hombres. En mujeres es de 72 años. También están arriba de esos promedios Ángela Mata Reyes, de 99 años, María Elvira González Bollat, de 101, y Marco Reyes, de 102, todos ellos vecinos de San José La Arada. “Hace un mes murió una señora de una de las aldeas, y no están seguros si tenía 110 o 115 años”, menciona el alcalde, Carlos Enrique Calderón. Qué más da, 110 o 115 años, era una mujer nacida todavía en el siglo XIX.
De lunes a viernes la comuna atiende a los adultos mayores que realizan el trámite para recibir la modesta pensión de Q400 mensuales, que promete el Gobierno a través del Programa del Adulto Mayor. Inscritos van 85 mayores de 65 años; la mayoría tiene en promedio 80 años. “Y siguen viniendo de las aldeas, sobre todo”, asegura Calderón, el jefe edil. En San José La Arada y sus alrededores (15 aldeas y 26 caseríos) hay 9 mil 85 habitantes.
En general, pareciera que proporcionalmente en varios municipios del sur oriente hay más gente mayor, según los Informes Nacionales de Desarrollo Humano (INDH del PNUD), elaborados con base a proyecciones de población del INE-Celade. San José La Arada, Río Blanco y El Jícaro, estos dos últimos de Zacapa y El Progreso, respectivamente, son los municipios con más del 5 por ciento de población mayor de 70 años.
En un país donde la mortalidad infantil es de 39 por cada 1,000 nacidos vivos (de 65 en el sur oriente), y donde se registran un promedio de 16 muertes violentas todos los días, ¿qué los hace vivir tantos años en esa región? ¿El clima, la dieta o la paz en que viven? Lo ignoran. Nunca antes les habían preguntado tal cosa; para ellos es normal llegar a esa edad. Cualquiera de esas tres razones –o las tres– hacen de este pueblo un lugar donde sus habitantes mueren de viejos.
Gente que no se jubila
En un recorrido a pie por las desoladas calles de San José La Arada se observa cómo transcurre de leeenta la vida en ese rincón del mundo: se escucha un motor de nixtamal, el paso del río San José que atraviesa el pueblo, y el viento que sopla en ese pequeño cañón natural de montañas que lo rodean. Parece un lugar próspero con esas modernas fachadas y sus calles pavimentadas. “Es producto de la migración, de aquí se han ido muchos p’ al norte”, asegura José de la Rosa Moscoso, el síndico primero de la comuna. Un hombre canoso pasa a su lado rodando su bicicleta. Lo saluda. “Es mi tío César”, un señor de 70 años. Y así más gente mayor a pie de pasos cortos y apresurados.
Es el tercer día de noviembre, vacaciones para los escolares, pero no se les ve por allí. Moscoso toca la puerta de la familia Reyes.
¿Se puede...?, ¿hay perro?
¿Cuántos quiere?, responde Gregorio Reyes, de 90 años.
Es bien sabido que don Goyo tiene un sentido del humor increíble. En realidad todos son como él. “¿Qué si me echo los tragos?, me los echo, pues”. Se levanta con la agilidad de un quinceañero y va hacia su habitación, de donde sale con una botella como ovalada. “Es whisky, ¿nos echamos uno?” Y sin más, sirvió una copa a todos.
Gregorio ya no “mañanea” como antes. “Ahora me levanto hasta la 7:00 de la mañana, pero antes a las 4:00 empezaba a alistarme para ir al terreno”, dice. Nunca se jubilan; de repente se va a pie –de ida y vuelta– a comunidades que se encuentran a uno y dos kilómetros de su casa. “Cuando sentimos viene cargando ocote o mazorcas”, dice Rosa Barahona, de 84 años, su esposa.
Carmelita Moscoso, de 80 años, tampoco tiene sosiego. Camina y camina. “Como ya no me dejan hacer oficio mejor me salgo a Los Encuentros, visito a la familia”, asegura. Viene de una familia longeva; hace un mes sepultó a su madre, que pocos días antes había cumplido 100 años. Gregorio y Carmelita son delgados, no son dueños de cabelleras estupendas, pero tienen una cantidad de pelo suficiente y digna, aunque tienen mala dentadura. De hecho, los estudiantes de odontología que realizan su Estudio de Práctica Supervisada (EPS) sospechan que los josefinos padecen fluorosis (deterioro de los dientes provocada por el exceso de flúor). “Tal vez esté en el agua del río, aún no lo sabemos”, dice Luis Fernando Cerón Donis, el médico del centro de salud.
Excepto Carmelita y los 150 de graduación en sus gafas, los ancianos del lugar tienen una vista envidiable. Ángela Mata Reyes, la mujer de 99 años, enhebra agujas. Su descendencia, la de Gregorio y la de Carmelita consta de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Sen ven tranquilos. “Pero uno tiene sus penas, la muerte de un hijo duele”, dice Gregorio. Dos de sus hijos murieron en accidentes de tránsito.
Yerbitas, frijolitos y queso
Según censos mundiales, en Ogimi, una región dentro del archipiélago de Okinawa, Japón, se encuentra la gente más longeva. Mucho se escribe acerca de la dieta de estos pobladores que alcanzan los 113 años. Magra y vegetariana.
¿Qué comen los josefinos? “Pues como uno es pobre, ¡ay Dios!, caldito de yerbamora o de chipilín, frijolitos parados, queso, a veces caldito de gallina, un huevito y tortilla”. La misma respuesta ofrecieron todos los entrevistados. Ángela, de 99 años, recuerda una terrible sequía en la región. “Tenía 15 años cuando no hubo cosecha de maíz. Comimos conserva de papaya, y la masa de guineo verde la mezclábamos con el poco maíz que se logró, y con eso torteábamos. Al caldo le echábamos más yuca”. Por lo visto, una dieta rica en minerales como hierro, calcio y fibra, sin grasas saturadas.
“Una de las teorías del envejecimiento es la formación de radicales libres; se da en relación a las dietas más altas en calorías. Provoca un proceso de oxidación en las células y desde luego el envejecimiento prematuro”, explica el geriatra Josué Avendaño. Su clientela en la capital anda entre 75 y 80 años. “Tengo un paciente centenario; a él lo voy a ver y justo vive en el sur oriente del país”.
Tal vez esta generación mayor de josefinos sea de las últimas afortunadas en vivir muchos años, porque los más jóvenes han modificado algunos hábitos alimenticios. Al menos en el casco urbano de San José La Arada, comen más carne de res. “Hace poco me descubrieron que soy hipertenso. Mi papá en cambio, de 72 años, el doctor dice que tiene la presión de un ishchoco de 15”, compara Moscoso, de 51 años, el síndico primero.
¿O será el clima el ingrediente secreto de su longevidad? Avendaño ha escuchado en simposios y conferencias sobre geriatría que el clima ideal para la gente de la tercera edad es el de Palín. Aunque cálido, corre viento como en San José La Arada. “En los climas cálidos la gente tiende a padecer menos de enfermedades cardiovasculares o de los huesos, como ocurre en clima frío”, compara el médico.
Es la dieta, el clima, y viven en paz. “Huuuy, es re tranquilo aquí; a pesar del machismo, las riñas familiares no ocurren seguido”, asegura el oficial de la Policía Nacional Civil, Medina Martínez. Los josefinos se enferman de diarrea, dengue, malaria y enfermedades respiratorias, todas prevenibles. Cerón, el médico a cargo del centro de salud, señala que son muy pocos los casos que ve de enfermedades crónicas. Y asevera que a los centenarios que han visto morir pasarán en cama un mes o días, no más. No hay una investigación científica que lo respalde, como tampoco sobre patrones genéticos.
Hay en el país 600 mil adultos mayores; 100 mil de ellos tienen más de 80 años. Son pocos y, sin embargo, la mayoría no tiene cobertura en servicios como salud pública, no están preparados para atenderlos, como tampoco hay un plan para atender a los que vienen atrás. Echen un vistazo a la pirámide poblacional, a esa extensa base de jóvenes. Aunque con esas cifras de mortalidad infantil y violencia, la pirámide es probable que continúe como hasta ahora. Y morir de viejo seguirá siendo un privilegio de
pocos.
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