La brecha que marca los distintos ritmos de desarrollo del litoral y el interior sigue abierta. Al menos para 23 municipios de la provincia de Málaga, que en la última década, la que ha marcado el auge socioeconómico, no han dejado de perder habitantes. Son pequeñas localidades, de entre un centenar y unos miles de vecinos, y todas coinciden en tener la costa lejos y en presentar déficits en comunicaciones viarias y pocas salidas
laborales.
Según las cifras del último padrón del Instituto Nacional de Estadística (INE), Atajate es el pueblo con menos vecinos de Málaga, sólo 146, treinta menos de los que tenía hace una década. A él se unen otros como Genalguacil, Almáchar, Cartajima o Jubrique. La mayoría se encuentra en la Serranía de Ronda (13) y todos presentan un problema añadido común: el progresivo envejecimiento de la población. Las cifras son claras, en algunas de estas localidades los niños no llegan a la decena y los jovenes optan por municipios costeros en busca de un futuro laboral con más garantías.
A la falta de salidas profesionales se unen otras circunstancias como la falta de infraestructuras básicas (sanitarias, educativas…), la distancia kilométrica a grandes núcleos que ofrecen estos servicios y unas carreteras que no permiten trayectos diarios al puesto de trabajo. Además, frente a otros municipios que se han beneficiado por cercanía al área metropolitana o al litoral, éstos no han recibido una avalancha de residentes extranjeros o de jóvenes familias que puedan revitalizar su alicaída demografía.
Habitantes. De los perjudicados, sólo Atajate se sitúa por debajo de los 200 vecinos. Otros cinco tienen menos de 500 habitantes (Alpandeire, Cartajima, Faraján, Júzcar y Salares), cinco tienen entre 500 y 1.000 residentes (Algatocín, Benarrabá, Benalauría, Genalguacil y Jubrique), seis se mueven entre los 1.000 y los 2.000 (Alfarnate, Almáchar, Benaoján, Cuevas Bajas, Cuevas del Becerro y Montejaque) y el resto está entre los 2.000 y los 5.000 (Ardales, Teba, Tolox, Valle de Abdalajis, El Burgo y Cañete la Real). Estos últimos sufren con menor intensidad el descenso pero aún así no consiguen
despegar.
Pese a estas cifras, la provincia ha experimentado una mejoría general en estos últimos diez años, ya que hace una década el número de pueblos afectados por la despoblación rozaba los 50 (la mitad de los que forman Málaga). El auge del turismo rural y las ayudas de instituciones públicas para la puesta en marcha de pequeñas empresas han ralentizado este fenómeno y han estabilizado e incluso aumentado la población de muchos pequeños pueblos. El reto está todavía en la desaparición de esa brecha, labor harto complicada en estos tiempos de crisis.
Atajate, un pueblo cada vez más pequeño en el corazón de Málaga
A mediados del siglo XIX Atajate contaba con 800 habitantes, pero una enfermedad que acabó con todas las viñas –sustento económico del pueblo– obligó a la mayoría de sus vecinos a emigrar a diferentes puntos de España, Argentina, Francia, Inglaterra y Alemania. Un éxodo que aún está repercutiendo en el pueblo, que con sus 146 vecinos se ha convertido en el menos poblado de toda la
provincia.
Y la situación no tiene visos de cambiar. De hecho, en los diez últimos años han abandonado el pueblo 30 vecinos y el relevo generacional está estancado. Concretamente, en estos momentos únicamente hay un niño con una edad de entre 0 y 4 años; siete niños con 5 años; dos niños con una edad de entre 10 y 14 años y siete jóvenes de entre 25 y 29 años. El resto de la población, en su mayoría, son todas personas de avanzada
edad.
Aunque esta situación tiene sus ventajas, también tiene sus inconvenientes. En el lado positivo está que Atajate sigue siendo uno de esos pocos pueblos románticos y de fachadas blancas en los que no hay prisas. La tranquilidad y el silencio se respira en todos sus rincones, pero los servicios públicos y privados
escasean.
No hay cine, ni discoteca, tampoco supermercados ni biblioteca pública; tan sólo dos pequeñas tiendas; un bar y dos restaurantes, aunque recientemente Atajate se ha dotado de una piscina pública. Todo un logro para un Ayuntamiento que tan sólo cuenta con un presupuesto anual de 120.000 euros. Por ello, según decía recientemente su alcaldesa, Auxiliadora Sánchez, "funcionamos principalmente con las subvenciones que nos llegan desde las distintas administraciones".
Otro de sus grandes problemas es que no hay trabajo y los jóvenes que abandonan el pueblo para completar sus estudios universitarios difícilmente regresan al municipio, a no ser para pasar los fines de semana. No obstante, la mejora de la carretera con Ronda (se tarda 145 minutos) está haciendo que vuelva a recuperar algo de tránsito de personas.
Blas Gil. Atajate
"A veces pensamos que se han olvidado de Salares"
"Esta primavera, después de los temporales del invierno, pusieron unas vallas protectoras en la carretera, en una zona que se quedó bastante mal. Pues ha pasado todo el verano y no han movido ni una piedra. A veces nos da por pensar que se han olvidado de Salares, que como estamos en un sitio que no es de paso y aquí vive tan poca gente, no les importamos". Se refiere Pepi Martín a las deficiencias de su municipio, enclavado en la Axarquía más montañosa y cada vez más anciano por la despoblación progresiva que
padece.
Ella comparte la jornada laboral en el tajo con Eli García, María Victoria Ramos, Estela García e Isabel Jiménez. "Mi caso es contrario al de los demás, porque yo vine hace once años de Málaga capital para pasar un fin de semana y ya no me he marchado". Amante del senderismo, desde este pueblo con alminar mudéjar casi intacto, parten las rutas más directas hacia la cumbre más elevada de toda la provincia, La Maroma, que sirve además de frontera con Granada.
Obligadas a madrugar. Para tomar el transporte colectivo que comunica a Salares con el resto de la comarca y de la Costa del Sol, estas mujeres añaden que sólo tienen dos líneas diarias y que sale el primer autobús a las siete menos cuarto de la mañana. "Ya no hay otro hasta las tres y cuarto de la tarde. Nuestros hijos, si quieren estudiar, desde muy jóvenes tienen que buscarse un piso para compartir, porque no hay combinaciones de autobús para venir a diario después de las
clases".
Otro problema es la falta de ayudas. "Como muchas subvenciones te vienen por número de habitante y aquí somos pocos, lo que nos llega para poder hacer contratos y salir de la crisis es poquísimo", relatan a instancias de lo que en el Ayuntamiento les explican. "Si está mal el trabajo en la costa, imagínate aquí que sólo hay secano y el precio de la uva o la almendra está por los suelos". Es el llanto de un pueblo en peligro de extinción.
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