Sólo el 15% de la población de Occidente vive en
zonas rurales. Y ya más de la mitad de las personas que habitamos el
planeta vivimos en núcleos urbanos. En España, si la situación sigue
del mismo modo, el entorno rural quedará despoblado en menos de veinte años.
El mundo sigue abandonando el campo para habitar en grandes ciudades, que
son vistas como una oportunidad para tener una mejor vida. En el mundo, el
70% de las personas en situación de pobreza viven en zonas rurales.
Los países emergentes se encuentran en la actualidad
inmersos en ese proceso de abandono del campo. China será, con toda
probabilidad, el país que más va a notar el efecto de despoblación de
las áreas rurales y el crecimiento de las grandes ciudades. En los próximos
40 años, pasará de tener 900 millones de personas que viven en el campo
y de la agricultura, a sólo 400 millones. En la actualidad, el 42% de la
población de Asia vive en zonas urbanas. En 2050, ese porcentaje superará
el 60%.
El continente africano es el único que no está
sufriendo el éxodo de la población rural a las ciudades. Naciones Unidas
no prevé que esto vaya a ocurrir hasta dentro de treinta años.
Al hecho de que los ciudadanos prefiramos las ciudades
para vivir, se une que la población rural está envejeciendo. Por ejemplo,
en España, más del 30% de las personas que viven en el campo supera los
65 años. Los jóvenes no ven que el campo les ofrezca un futuro para
ganarse la vida. Asociaciones de agricultores y ganaderos advierten que
son un sector clave pero que terminará despareciendo si no se mejora la
situación de las personas que viven del campo. Miles de familias en España
sobreviven de la agricultura y la ganadería con 12.000 euros al año, un
34% menos que los ingresos medio en cualquier zona rural de este país.
Al envejecimiento del campo, hay que sumar también que
éste es un mundo masculinizado. Por cada 80 mujeres españolas que viven
en el campo, hay más de 100 hombres. Los expertos explican que en el caso
de las mujeres se produce una “huida ilustrada” del campo a la ciudad.
Las mujeres, en general, han estudiado y buscan unos puestos de trabajo más
cualificados. Además, quieren romper con los roles de género
tradicionales de los ambientes rurales, donde la mujer se dedica al
cuidado del hogar, a los hijos y a las personas mayores.
La falta de servicios, de acceso a las nuevas tecnologías,
los problemas con el transporte, la falta de colegios, de médicos en las
zonas rurales, son todas causas de que el campo no sea atractivo para los
jóvenes, ni siquiera en momentos de crisis. Sin embargo, el campo y sus
productos son necesarios.
Frente a la cruz de la moneda, está la cara. La
representan los neorrurales. Personas que abandonaron la sofisticación de
Nueva York o Ginebra y la cambiaron por los caminos de Ures (un pequeño
pueblo situado en la provincia de Guadalajara en España). Los neorrurales
están cansados de la vida en la ciudad, del estrés, de la deshumanización…
y vuelven al campo en busca de sus raíces, de mantener una comunicación
más directa con la naturaleza, de alejarse de la vida rápida de la
ciudad y de mejorar su calidad de vida.
Esta es la oportunidad para el campo. Familias jóvenes
que huyen del ambiente cerrado de las ciudades y que quieren poner en
marcha empresas con las que revitalizar el campo. Porque no hay zonas
rurales sin futuro, sino zonas rurales sin proyectos
.