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Soledad y Desamor

El Heraldo

Octubre 18, 2004

Honduras



Tegucigalpa. Cuando se habla de la vejez, todos se imaginan vivir en su propia casa, ser parte del desarrollo de sus nietos, disfrutar del progreso de sus hijos y recibir el amor de toda la familia.

Para una gran parte de la población no sucede así. La irresponsabilidad, indiferencia y falta de amor que predomina en los miembros de muchas familias provoca que algunos viejitos terminen sus últimos días bajo el cuidado de extraños, pues se les hace más cómodo ingresarlos en un asilo que hacerse responsables de ellos.

Este es el caso de Olga Marina Cerrato, capitalina de 75 años, quien nunca imaginó que viviría sus últimos años de vida lejos de sus seres queridos y que la vida le tendría preparada una trágica sorpresa.

A sus 72 años, Cerrato sufrió un derrame que le paralizó la parte derecha de su cuerpo. Esto le impidió seguir dedicándose a la venta de golosinas que tenía frente al antiguo cine Clamer y la obligó a permanecer bajo el cuidado y la manutención de sus tres hijos; uno de ellos murió.

Estos se hicieron cargo durante dos años para luego ingresarla, hace más de año y medio, al asilo del hospital San Felipe, con el pretexto de que no había quien la cuidara. "Yo me siento bien en el asilo, porque hay personas que me cuidan. A veces me pongo triste, pues me acuerdo de mis hijos y ellos nunca me visitan", expresó Cerrato.

La anciana dijo que la única persona que siempre la frecuenta es la nieta del hijo que se le murió. "Cuando viene me alegro y no quisiera que se fuera porque me acuerdo del tiempo cuando vivía con mi familia", dijo llorando. 

Vejez entre cuatro paredes

En el asilo, Olga Marina Cerrato tiene dos grandes amigas, Marquitos y Corina. Con ellas platica de sus tiempos de juventud y escuchan las noticias en una grabadora pequeña que cuida con recelo, ya que se la regaló un turista de Canadá que le tomó cariño en una de las visitas que realizó al asilo.

En su compañera Marquitos busca refugio cuando regresan a sus pensamientos los recuerdos de sus hijos, quienes prácticamente la tienen en el olvido. 

"Para sentir fortaleza todos los días me encomiendo a Dios y le rezo a la Virgen para que me den salud y le den bienestar a mis hijos", dijo Cerrato, agarrando con fuerza el rosario que lleva puesto y con lágrimas en sus ojos, pues no desea que algún día ellos reciban como castigo del Redentor la indiferencia de sus seres queridos

A pesar de la desatención, la irresponsabilidad y el olvido que sufre de sus familiares, Olga Marina Cerrato trata de mostrarse optimista frente a la vida. En el asilo recibe clases de pintura que le han permitido progresar en su rehabilitación, a través de la elaboración de tarjetas decorativas. "Yo las fabrico con todo el amor de mi corazón, pues se las regalo a mi nieta querida que nunca me olvida". 


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