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Escuchar a los adultos mayores

 

Por Morales Peña Carlos, www.lostiempos.com


3 de septiembre de 2009

 

Bolivia

En América Latina, quizás por su impronta vinculada con el mestizaje entre las culturas latinas e indígenas, los mayores siempre tenían un lugar de preponderancia y autoridad.


Todos vamos a llegar a esa etapa, si la salud así lo permite, claro. La vejez, ese periodo tan temido como inexorable que enfrentan todos los seres humanos. Dicen por ahí que uno envejece como vive, los años no pasan por nada, pero algunos ayudan más que otros para que ésta sea un suplicio o un paso tranquilo hacia la muerte. El miércoles pasado se cumplió el Día del Anciano con algunos grandes anuncios oficiales (una guardería para los más necesitados y un asilo para parejas), pese a que la situación general de los viejitos depende de su pertenencia social.


Las estadísticas sobre la tercera edad son devastadoras: el 63 por ciento está en condición de pobreza, la mayoría enfrenta el abandono e, incluso, el abuso por parte de sus propios familiares. Unas 675.988 personas tienen más de 60 años en Bolivia, es decir, representan un 7 por ciento de los bolivianos. La mayoría son mujeres. Casi la mitad vive en el área rural, donde se sufren las mayores carencias. Dos medidas del actual Gobierno apuntan a mejorar estas condiciones: La Renta Dignidad sancionada por ley en 2006 y el nuevo Seguro de Salud, aprobado en 2007, que aparecen como paliativos fundamentales aunque incompletos para lo que debería ser una nueva política para la tercera edad, que debería garantizar ingresos fijos de jubilación y pensión obtenidos como fruto de año de trabajo bien ganado. Pero la realidad no es así, la mayoría de los ancianos bolivianos depende de sus hijos, muchos de los que ya enfrentan problemas para solventar los gastos familiares.


Es que el valor que le damos a los adultos mayores, me parece, se ha devaluado. A diferencia de otras culturas del mundo, la anglosajona por ejemplo, en América Latina, quizás por su impronta vinculada con el mestizaje entre las culturas latinas e indígenas, los mayores siempre tenían un lugar de preponderancia e, incluso, de autoridad. Factores económicos y también sociales y culturales han hecho que los más jóvenes les demos menos tiempo e importancia. Si bien ese papel tradicional llevaba en no pocos casos al autoritarismo, pensemos que en la mesa de nuestros padres y abuelos la voz cantante la tenían los padres, casi nunca las madres, también es cierto que las generaciones siguientes se ocupaban más de sus progenitores.


¿Cuál es la salida? ¿El paternalismo del Estado? ¿El proteccionismo de los hijos? O, quizás, poner las bases para que las próximas generaciones se puedan sustentar por sus propias fuerzas y recuerdos a través del ahorro y la previsión. Respetar a los mayores pasa por otros valores además de los materiales que, obviamente, son vitales. Pasa por el respeto y por la capacidad que tienen los jóvenes de escuchar a los mayores, de valorar sus historias y poner en primer plano del desarrollo de una sociedad la experiencia y sabiduría que reflejan las canas y las arrugas de esos rostros sufridos y maltrechos.


Los adultos mayores tienen mucho que decirnos y mucho para interpelarnos, el problema es que no los escuchamos. Y no les tenemos paciencia. Ni hablar del lugar que les damos en la esfera pública, donde son atropellados a diario por otros más jóvenes y con más fuerza que ellos en las calles, en las entidades públicas y en el transporte de pasajeros. Pensemos que nosotros iremos por el mismo camino y que, el día de mañana, reclamaremos al menos respeto. En el Día de los Ancianos, un millón de felicidades a quienes tanto dieron por este suelo. 


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